Volver al origen

Volver al origen

Jose Ruperto Martinez

Eran tiempos convulsos de la geopolítica colombiana, eran los años 50, el Fresno estaba allí pegado en la cordillera mirando hacia el Nevado del Ruiz y camino hacia Manizales. Nací en una finca cafetera y mi niñez y adolescencia los viví inmerso en el mundo del café.

Mis mejores y febriles recuerdos yacen en los años de la niñez y adolescencia. La ruta hacia la escuela era una fila ordenada, uno detrás del otro, con tutor al mando, todos los días a recibir la clase con la profesora Mariela. Había que levantarse al asomo de los primeros rayos de luz para alistar el maletín con todas las cosas, no sin antes beber la primera taza de café endulzada con panela, “tome mijo para que se despierte” decía mamá.

Y de pronto, rápidamente, tal vez por el deseo de ser grandes, ya iba al colegio y no en las filas ordenadas sino en carreras para llegar a tiempo, la puerta se cerraba a las ocho de la mañana en punto. Quedarse afuera era padecer la reprimenda ha lugar y resignarse en solitario a ayudar en los oficios de casa o adelantar tareas atrasadas. Así pasaban los días, entre las tareas, las tertulias con mis amigos y las citas amorosas. Eran días sosegados.

En octubre se anunciaba la cosecha de café, como si fuera la campana del colegio anunciando el fin del recreo. La vida tranquila de estudiante se fracturaba abruptamente con el anuncio imperativo de “todos tenemos que recoger la cosecha de café o se pierde”. En adelante, los fines de semana inexorablemente, había que recolectar café.

montaña volcan nevado del ruiz

En las mañanas del invierno el horizonte comenzaba en el patio de la casa de la finca La Ceiba, la neblina cubría todos los cafetales. Los trabajadores se preparaban para iniciar la jornada, sus botas pantaneras, el machete debidamente afilado, el poncho, el sombrero, las capas impermeables, su canasto de guadua y el costal de fique. Todos prestos a recibir de la señora de la casa la primera taza de café endulzado con panela, algunos le agregaban una copa de Chirinche (aguardiente artesanal, fabricado con miel de caña panelera) al que llamaban Carajillo, para calentar la mañana.

El café cultivado con esmero y paciencia ancestral durante tres años desde la siembra hasta la producción ya tienen sus ramas enrojecidas con los frutos de café color cereza. Cada trabajador recolecta con sus manos encallecidas, cerca de 1900 frutos que han logrado su óptimo estado de madurez, para producir una libra de 500 gr de café tostado CETO.

A las cinco de la tarde cada trabajador lleva el último bulto de café recolectado durante el día. Irrumpe en la noche el ruido del motor Stractor moviendo la despulpadora de café hasta arrancar la corteza al último fruto del café. Todo el café despulpado (café pergamino) almacenado en dos grandes albercas se tapaba con hojas de “viao”.

Después de doce o diez y ocho horas de fermentación, todos a lavar el café (remover el mucilago) y separar la pasilla, los cafés que flotan en el agua y otros desperfectos. Y luego llevar el café a las paseras (una especie de cama de madera sin patas) para secarlo al sol. De tal manera, que todos los días debíamos sacar las paseras al sol hasta obtener el nivel de humedad (12% de humedad) requerido para la venta. Cada dos o tres horas dependiendo de la intensidad de la luz solar había que revolver el café para que su secado fuera uniforme. Y vigilantes de entrar las paseras cuando la lluvia se desprendía de las nubes sorpresivamente.

Finalmente, el café está seco. Era suficiente frotar un puñado de café entre las dos manos hasta soltar la cascarilla y si la almendra presentaba un color verde claro, ya estaba listo. Había que venderlo.

A contratar los arrieros con sus mulas para llevar el café al pueblo, al Fresno. La forma de amarrar dos bultos de café sobre la enjalma de la mula tenía una técnica especial para asegurar que los bultos no se cayeran durante el camino de la finca hacia el pueblo. No entendí el amarre, era un nudo gordiano y no se requería usar la espada de Alejandro Magno para partirlo en dos, solo había que halar la punta en donde terminaba el nudo y listo los bultos quedaban sobre los hombros curtidos de los arrieros para llevarlos a la bodega. Eran personas experimentadas y mulas bien entrenadas para el oficio, un oficio calificado. En el depósito de café recibían los bultos, los pesaban y verificaban su calidad. Se pagaba los avances que se habían hecho sobre la cosecha para el pago de los trabajadores y manutención y el saldo nos quedaba para seguir sembrando y manteniendo el café. Y cada año igual, parecía que el mundo era estático.

Y bien, así transcurrieron aquellos tiempos. Entre el colegio y la finca. Hasta que llegó el fin de la secundaría y había que pensar en el qué hacer en adelante. Un momento crucial. Así que, me fui para Bogotá a estudiar ingeniería. Otra vida, perspectivas diferentes, el amor, los hijos y la finca La Ceiba quedó en la quimera, casi en el olvido. Pero siempre ahí. El origen.

La turbulenta vida citadina contrasta enormemente con la vida rural. Sus calles y edificaciones atiborradas, todos corriendo para llegar a tiempo a hacer cualquier cosa de todas las que se hacen en una urbe. La convivencia, la diversidad de culturas de la provincia inmigrante, el teatro, el cine, las bibliotecas, los cafés de encuentros y tertulias, el trabajo, la congestión del transporte, en fin, la visión del mundo se transforma en cosmopolita, en universal. En más de veinte años de vida urbana, La Ceiba estaba ahí, casi en el olvido. 

Y bueno, también el ciclo parece cerrase ¿Es posible volver al origen? Una respuesta nostálgica, cargar con la pesada maleta de los recuerdos hasta reducirse al silencio infinito bajo las raíces de una Ceiba. Es un retorno gris, dirían mis contertulios.

Otra mirada más optimista. Volver al origen es recrear en cualquier lugar del mundo, aquellos momentos del amanecer o del final del día alrededor de una taza de café cultivado en las generosas tierras de las laderas de la cordillera, de tierra volcánicas, con las mejores prácticas centenarias de mis abuelos junto con los nuevos aprendizajes de gestión empresarial moderna, desde la selección de la semilla hasta llevarle a su paladar los secretos ancestrales y la grata experiencia de beber una taza de café CETO.

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